21 de abril de 2009

La importancia educativa del juego infantil


En el transcurso de las décadas, los investigadores han entendido de diversas formas el fenómeno del juego proponiendo diferentes teorías para explicarlo. Uno de los más antiguos percibe el juego como la expresión de un exceso de energías que tienen que ser liberadas por el niño. Otros consideran que el juego recupera el comportamiento de los primates o responde a una necesidad instintiva. Finalmente, otros ven en el juego un medio de relajación.


Incluso en nuestros días, el juego del niño no se percibe igual universalmente: unos ven en él la ocasión de desarrollar habilidades, otros asocian juego con desarrollo de espíritu y otros creen que el juego permite expresar sentimientos y liberar tensiones interiores. Y ya sea que los teóricos contemporáneos asocien el juego del niño con el crecimiento del cuerpo, del espíritu o del alma, todos coinciden en reconocer su importancia.


Además de entenderlo como una necesidad biológica, esto es, como mecanismo de adaptación y de aprendizaje, y como un medio eficaz de liberación de la agresividad y canalización de los conflictos; el juego puede y debe ser considerado como un procedimiento de apropiación de la cultura, instrumento de conocimiento de una realidad múltiple. “En el juego, el niño realiza actividades simuladas, tentativas y ensayos, que le van a servir para su vida. El juego es un comportamiento que le permite probar sin riesgos, aventurándose al error porque sus fallos no tienen consecuencias frustrantes y esta circunstancia (…) es la que le convierte en un poderoso medio para la exploración y el aprendizaje creativo.”[1]


En definitiva, si bien es cierto que son muchas las teorías que intentan descubrir en qué consiste el juego esencialmente, cuál es su especificidad, también es cierto que la mayoría de ellas se complementan. Así pues, se puede entender que el juego es para el niño una necesidad biológica y un camino de adaptación y de aprendizaje, una situación imaginaria en la que adopta un comportamiento simulativo que le permite ensayar sin riesgos, fuente de placer y medio de expresión, experimentación y creatividad.

Siguiendo a Tejerina, se puede afirmar que el juego acompaña al ser humano en su trayectoria vital, informa sus estadios evolutivos y en cada uno de ellos desempeña un papel y se ejercita en formas distintas.


En la niñez, el juego es, o debe ser, la actividad central y un medio eficaz de vincularse a la vida y asimilar la realidad. Es una necesidad expresiva y una ocupación ineludible de la naturaleza infantil. Una actividad muy seria que en poco se parece al juego de los adultos, el cual no responde a tan urgente necesidad. Juegos estrepitosos o silenciosos, individuales o colectivos, libres o reglados, la variedad es tan grande como la capacidad infantil de juego.


“Los estudios científicos sobre el juego desde finales del siglo XIX coinciden en señalar su importancia decisiva en el desarrollo evolutivo infantil. Desempeña un papel principalísimo en la adaptación del niño a su entorno y en la recreación del mismo y constituye su principal método exploratorio.
Del juego infantil destaca también su universalidad y su arraigo. Está presente, cualesquiera sean las condiciones económicas, sociales o culturales que disfruten o padezcan, cualquiera que sea su etnia o condición. El juego es su idioma natural y este lenguaje unifica a todos los niños del mundo.”[2]

Por otra parte, si bien es cierto que el juego infantil se caracteriza por su universalidad, también es cierto que el concepto y el valor atribuido al juego varia inevitablemente según las condiciones históricas y las diversas sociedades y culturas.


En la tradición pedagógica, figuras como Froëbel, Montessori o Decroly, han utilizado el juego como instrumento didáctico para iniciar al niño en el trabajo escolar y la moderna pedagogía lo integra como una premisa indiscutible, aunque la práctica no se corresponda siempre con la teoría en cantidad y calidad. En muchos casos, son las características específicas de la institución escolar las que suponen una barrera o una limitación para la utilización del juego como actitud metodológica básica. También por la resistencia del juego a ser manipulado y a perder su condición de actividad libre que el niño decide por sí mismo, y porque se requiere mucha habilidad por parte del educador en la utilización de juegos con finalidad didáctica para que el niño los acoja con deseo y, de modo voluntario, pueda jugarlos verdaderamente.


El juego constituye una base sobre la cual es posible edificar la intervención educativa. Tal y como sostiene Slade[3], pionero educador de la expresión dramática infantil, «el juego es el modo que tiene el niño de pensar, probar, relajarse, trabajar, recordar, competir, investigar, crear y ensimismarse… si el juego es la manera formal que tiene el niño de vivir, constituye en tal caso el mejor modo de enfocar cualquier forma de educación».


[1] TEJERINA. Dramatización y Teatro infantil. Dimensiones psicopedagógicas y expresivas. Siglo XXI de España Editores. Madrid, España. 1994. Pág. 30
[2] ISABEL TEJERINA. ÍDEM. Pág. 33
[3] En: ISABEL TEJERINA. Dramatización y teatro infantil. Pág. 38.

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